.La loba y el gato


El tiempo pasaba nervioso cuando se deslizaban por sus cuellos. El tiempo pasaba, como si no estuviera hecho para ellos.

Como no tenía sueño, la loba resucitaba las horas aprendiéndose sus orejas de memoria; primero con los dedos, más tarde con la boca. Así le robaba el sueño, y el gato, despierto, se bebía los suyos, y desvelado se aprendía uno a uno todos los lunares en cuarto creciente de su cuerpo.


La luna, celosa, lloraba a lo lejos, y corría vergonzosa a esconder su llanto del cielo de los espejos. Como las estrellas andaban desnudas pensando que esa noche les cubría el manto de luna, gritaron contrariadas hasta que un ejército de nubes corrieron a taparlas.

Mientras, el gato recitaba las sombras de sus clavículas. Tantas veces iban ya que había perdido la cuenta, y aquella (laaaa... muchocientas), por culpa de la luna celosa se tuvo que quedar a medias. Extrañado, arrugó la nariz y se deslizó al alfeizar con mucho cuidado de no despertar a la loba ni dejar de acariciarle las orejitas con el rabo.

Al mirar al cielo, el gato vio un claro, y en él, un grupito de estrellas que eran iguales a los lunares que le crecían a ella bajo los omóplatos. Así que volvió a su lado a acurrucarse en su espalda, seguro de que la luna, al igual que él, estaba en la cama con ellos porque se había enamorado de las constelaciones que le crecían a la loba por toda la piel.

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