.La magia del tocarnos



Así me fundo antes de morir en una brisa que en el último estertor me dé fresco y me ponga risa.

Son las cosas que uno hace cuando se enamora del mundo a cada paso que ha pasado y se retuerce de profundo. Voy al son, y a reírme; y al son reírme y sonreírme. Me muevo sin vergüenza, como bailando, sin llegar a hacerlo y sin querer evitarlo. Camino a paso fresco, y fácil la vida me sale al paso con el flow del movimiento. Solo hay un mundo, solo hay una vida, y siento que mi única responsabilidad es hacerla bien bonita; siento que lo único que tiene sentido es sentir muy fuerte hasta que dejes de sentir los prejuicios y dé lo mismo cómo te muevas porque el mundo bailará a tu ritmo.

La risa deforma caras sí, y es bella de imperfecta. Es la mayor manifestación de transmisión de vida directa. Te salen arrugas y pierdes tu perfil apolíneo, sí, y además te refresca el alma y le da a todo mucho más sentido. ¿A quién le importa nada después de una buena carcajada? A mí no, desde luego, e insisto, aunque deforme la cara, es el camino más corto para admirar la belleza de una persona y acariciarle el alma. Lo ideal es dormirse riendo, porque al despertar abres los ojos y te sientes ligero y fresco. Como una taza vacía lista para llenarse de experiencias, palabras, miradas y compañía. Seamos tazas, estemos vacías; o mejor: seamos tazas llenas de carcajadas a modo de bienvenida.

Me he inspirado y tengo ritmo, debe de ser el café y la sensación de Domingo. Entonces qué, ¿tenéis prisa? ¿No? Pues sigo.

He hablado una y mil veces de la magia del tocarnos y me parece que todavía no ha quedado demasiado claro. Es como si nos pudiese el pudor a las ganas, la corrección a las almas, el verbo a los abrazos. En definitiva: malo. Digas lo que digas, primero somos animales, bestias benditas, puras y regidas por instintos naturales. Por eso y por mucho que me gusten las letras para hacer malabares, nada iguala a los efectos de dos pieles al juntarse. Fíjate cuando me veas cómo salto a buscarte; no es que sea un sobón, es que me gusta tocarte y recordarte que los abrazos en sí mismos son una obra de arte.

"¿Por qué?" Me preguntarás. Porque la empatía sin contacto está incompleta, es cobarde y se vuelve fría. Hay un cierto efecto calma en que te agarren con cuidado, te miren a los ojos y te froten los omóplatos. Como una inyección de realidad, tierra y calor humano; un recuerdo de que si te vas a caer, aquí tienes dos manos. Y un hombro, y un brazo, y dos orejas y mucho rato para hacer lo que sea, tanto si es hablar como si es darnos de sartenazos.

Creo que lo mejor que hay en esta vida son esos abrazos de improviso y sin motivos. Esos que llegan de repente, se te pegan a la piel y sientes que nunca te habían dado tanto cariño a la vez; que podrías pasar la vida con esa lapa pegada a tu costado, que la conoces mejor que nadie porque su piel te lo ha contado.

Y eso, chiquitos míos, es lo que hace que la vida sea excepcionalmente bella. Que somos humanos, que somos muchos, infinitos, imprevisibles, únicos e irrepetibles; y que, al menos de momento, hay una parte de nosotros que es mágica y que escapa al intelecto.


Y abrazos; muchos abrazos.

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