.Hasta que me crecen las garras en el delirio



Hay horas que son como drogas. Minutos que cuanto más pasan menos me perdonan y que gusto de saborear buscándole un fondo al final de estos ojos que, por casualidad o por fortuna, ahora me pertenecen; ahora. Ahora y hasta que nos digamos adiós y sacudamos la magia de los faldones de la camisa, y que nos miremos como si no hubiese pasado nada, o como si todo hubiese sido una broma; como si estuviese un poco prohibido desnudarse en público sin quitarnos la ropa.

Hay luces que son caprichosas. Jóvenes orgullosas que cuanto más luces más envidia tienen y más se esfuerzan en reflejarse en todos los dobleces de todos los silencios que dejan tras de sí todos los parpadeos curiosos (todos los parpadeos). Luces que, sin querer, flotan en el aire, insolentes, y no me dejan ver más allá de las heridas que dejas en el aire cada vez que te mueves.

Hay horas, hay luces, y hay veces; veces que me enloquecen. Que me cruzan la cara, y en lugar de ensordecerme con el restallido de carne con carne prefieren tragarse el silencio, y escupirlo, y así obligarme a escuchar mis pensamientos de forma consciente, y después repetirlos, y volver a preguntarme quién soy hasta que me crecen las garras en el delirio.

Hay vidas; muchas. Yo tenía 8 porque nací con suerte, y le regalé una a la luna para quedarme con 7 y jugar a nacer cada día de la semana en un mundo diferente.

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