.Correr, escribir, crecer, repetir



Un día, hará cosa de 10 años me cansé de ser quien era, me calcé las zapatillas y eché a correr; literal y figuradamente. Después de todo es bastante lógico que cuando quieres escapar de algo cojas el sentido contrario y salgas por patas, ¿no? El problema es que cuando de lo que se huye es de uno mismo no hay escapatoria y solo queda enfrentarte a él (a ti) y plantarle la cara que en realidad quieres tener: la tuya, la de "todo va a salir bien".  Ahí ya vi que la solución a aquello, como a tantas otras cosas, era volverme más fuerte. Más fuerte que mis miedos, más fuerte que mis inseguridades, más fuerte que la imagen que los demás proyectan en mí; más fuerte que yo, más fuerte que cualquiera. Y me puse a levantar cosas pesadas y bla y bla y blabla, pero eso no interesa (ahora). El caso es que pese a todo no dejé de correr, solo que en lugar de para llegar más lejos, para llegar más rápido.

Otro día, hará cosa de 5 años volví a cansarme de ser quien era, cogí papel y boli y me puse a escribir(me); literal y figuradamente. Esto me venía genial para limpiarme por dentro siempre que tenía basura que sacar, y desarrollé un estilo (si es que semejante atrocidad puede llamarse así) ambiguo y musicaloide, a caballo entre prosa y poesía( al que cariñosamente llamo proesía (sí, soy súper original)) tras el cual era muy fácil tirar piedras a mis miedos y esconderme cuando las cosas no iban demasiado bien. Exactamente igual que cuando corría, estaba intentando escaparme de mí mismo, y otra vez me di cuenta de que no se podía.

Una buena noche, una buena amiga y yo tuvimos una buena charla al respecto (tengo que confesar que estaba un poco muerto de miedo) y terminó por decirme (o al menos eso le entendí) que escribir de aquella manera era como hablar mordiendo las palabras por miedo a que te escuchen: absurdo; que si quería cantar tenía que perderle el miedo a desafinar. Y así lo hice. Me perdí importancia, me gané respeto y empecé a escribir más claro y a hacerme más responsable de mis palabras.

Las dos fueron vías de escape, de limpieza, de purificación interna. Las dos me daban paz cuando me hacía falta y las dos me abstraían de la realidad que no quería ver, pero que estaba ahí delante, inamovible, impertérrita. Con las dos tuve que darme cuenta de que la solución no pasaba en ningún caso por esconderse, ni por negar la evidencia, ni por ponerle un filtro a la ventana para embellecer lo de fuera. Con las dos descubrí que la única forma de huir era hacerme responsable de cada parte de mí, mejorar las defectuosas y aprender a amar mis defectos que me hacen único; porque no podemos ser perfectos y a veces es mejor tomarnos un poco menos en serio.

Hace poco leí por ahí que la gente que se toma demasiado en serio tiene un blog o dice procrastinar, y el caso es que lo hago. Lo hago porque procrastino, y como procrastino mucho, digo procrastinar, y como lo digo, tengo un blog para poder decirlo, y digo procrastinar porque (pienso que) queda más bonito así dicho y el cariño que le tengo a mis actos e ideas quiero que se vea reflejado en mis palabras. Por eso tengo un blog, y por eso digo procrastinar, y cuando no tengo nada que decir y procrastino demasiado echo a correr hacia ninguna parte a ver si me encuentro de una santa vez. Lo bueno es que siempre llego a alguna parte; tal vez no donde esperaba, pero sí donde necesitaba.

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