.A través de los espejos



Hay veces que es así, que intentas mirarte y terminas saltando y atravesando los espejos sin importarte a qué duelen los cristales, porque ya los llevas dentro. Es tiempo de mirar, de sentarse, de hacerse un lado, ir al parque y columpiarse con la cabeza gacha y contando las piedras, y buscando las isoclinas de las marcas del charco que dejaron las lluvias que llamaron los gemidos de la luna nueva. Tiempo de paz, de milagros, de calma y de juegos que ponen mala cara porque los has pensado muy serios; y de cosas serias que sonríen para que pueda engancharme en sus comisuras si me caigo; por lo menos.

Normalmente yo me quedaba ahí, en el banco del parque, esperando a algo o a alguien, no sé... sin moverme, muy quieto. Me sentaba y levantaba la cabeza a ver si atisbando los charcos me veía reflejado, pero solo me llegaba el eco del cielo. Solo me llegaban ruidos de todos cantando desafinados y bailando a destiempo mientras yo me iba enterrando poco a poco los pies en el suelo. Podría decir que era más joven, podría decir que era inexperto, y a la vez podría engañaros para siempre, y lo hago, es cierto. Podría hacerlo y mentirme, hasta que no diga que en realidad lo que disfrutaba era el frío, porque me recordaba que lo que tenía era miedo.

Por eso me gusta la calle y las hojas y el viento, y el frío del asfalto y de las manos y de los besos. Y por eso me hace tanta gracia encontrarme cuando voy caminando a través de los espejos.

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