.Un reloj sin minutero



Se me ha hecho tan tarde de repente que todavía sigo creyendo que hay un día ahí fuera para ser (des)vivirdo y (des)vestido con un montón de detalles tontos bien mirados, bien llevados, bien mordidos y bien cantados; pero no.

¿Y sabes qué? Me da lo mismo. Lo mismo que me dieron los que merecieron dejar de ser pensados: más bien poco. Así que estoy que no sé si a ver que igual y lo mismo me da por salir sin echarme crema a ver si me da la luna y me pongo moreno, o me quemo y me pongo pálido de exceso de volver a verte después de tanto tiempo echándote de menos que llegué a olvidarme de ti (de la luna; esto va sin segundas y sin segundero).

Y después de todo eso voy a pasearme desnudo de pretensiones un poco por los tejados y otro poco por el cielo, que hace demasiado que no me echo una carrera nocturna de esas de gato que tanto me gustan y ya lo voy echando de menos (¿he dicho ya que echaba algo de menos? ¿el dulce de derrota, las noches en vela o las blancas como febrero? En realidad nada de eso). Con un poco de suerte a la vuelta el chino sigue abierto y puedo pasarme a ver si les quedan relojes sin minutero.

Y al volver voy a sacar el abecedario y el pegamento, voy a tirar todas las palabras al suelo, voy a removerlas y voy a escribir un cuento; uno que (no) hable de mí, (ni) de mi vida, y (tampoco) de lo que sueño; o no. Porque igual me apetece ponerme tontorrón, tomarme un poco (menos) en serio y comerme (las ganas de vomitar de golpe) mi último atracón de sentimientos (con paréntesis o sin ellos).

Sea como sea, no tengo ni ganas ni tiempo de cocinar, se me ha hecho demasiado tarde. Creo que voy a cenarme las horas para que no pueda volver a pasarme.

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