.Los Guateques de Carlos
Madridvillosos. Son tan especiales que nos hemos tenido que inventar una palabra para describirlos rápidamente sin gastar demasiada saliva. Además mola porque es la misma palabra que describe la magia de esta, nuestra ciudad favorita, y la que nos recuerda que si te rodeas de la gente adecuada pueden pasar cosas maravillosas en cualquier momento. Aunque lo mejor de todo es que su verdadero significado es verbalmente indescriptible y la única forma de explicarlo es viviendo muy muy fuerte cada momento y predicando con el ejemplo.
Él es el dueño de la casa y el maestro de ceremonias, chamán, sacerdote, domador de leones o como quiera que queráis llamarlo. Es uno de esos aglutinantes especialmente efectivos que funcionan casi sin que te des cuenta, con mucho amor y sin presiones, manteniendo siempre la estructura perfecta y felizmente unida. Por eso cada vez que de sus labios sale la palabra "Guateque" todos nos ponemos a dar palmas como imbéciles y a proferir grititos de excitación histérica ante la perspectiva de la que se avecina.
Es genial porque da igual cuánto pensamiento previo le pongas, cuánto fantasees o cuántas expectativas sitúes, porque siempre, SIEMPRE se superan. Todavía no ha pasado un Guateque (con mayúscula, ojo) en el que a la mañana siguiente no proliferen las conversaciones de "¿pero qué mierdas pasó anoche?", en la que no se hagan rankings de resacas o en las que no se haga una línea temporal conjunta entre todos para intentar sacar en claro el argumento general (eso y las obligadas "¿Qué, cómo, cuánto, cuándo y con quién bebí?). Normalmente el post-Guateque dura hasta... hasta el siguiente Guateque.
Y sin compromisos, ni rencores, ni remordimientos, ni nada de nada. Son como un vacío legal muy grande, una zona desmilitarizada, un paraíso fiscal o el equivalente madrileño de estar en aguas internacionales. Lo que pasa en el Guateque se queda en el Guateque, y además todo es posible, por lo que lo normal es que ocurran maravillas, se haga magia, emerjan seres sobrenaturales y las capacidades humanas de todos los presentes se vean felizmente superadas; y todo esto sin querer; ni provocarlo ni evitarlo.
Podría contar anécdotas puntuales, pero la descripción no le haría justicia a la realidad (y además es que no recuerdo demasiado bien los detalles; o las anécdotas en sí; o franjas enteras de la noche; qué se le va a hacer...) y además se perdería la confidencialidad. En nuestras cabezas quedan los recuerdos (los que los tengan) y si no la sensación general de que estamos todos muy vivos.
Los presentes leerán esto y se les pondrá cara de tontos recordando el anoche y deseando el siguiente y los que no estuvieron pensarán que soy un exagerado y que no es para tanto; la realidad es que están todos muertos de envidia.
Madridvilloso, como siempre. Y me encanta que el "como siempre" sea tan especial como es. No tiene precio. Eso sí, tengo una resaca...