.Aunque el mundo esté a punto de terminarse, mis hormonas siguen mandando



Daba lo mismo; sí. Daba lo mismo, y lo sabía, y por eso estaba tan nervioso. Nunca le había gustado tener tanto donde elegir y tan pocas consecuencias puestas sobre la mesa. Y lo peor eran ellos, todos ahí observándole expectantes, como si fuese a cambiar algo que dijese 1968 o 230. Había que admitir que, aunque cobardes, no tenían ni un pelo de tontos, porque encomendar a un pobre adolescente semejante (ir)responsabilidad era la mejor decisión que podían haber tomado: ninguna en absoluto.

Bueno, aquí estamos; y de fondo un tictac. ¿Cuánto quedaba? No lo sabía, ni quería saber. Lo que sí que estaba claro es que durante el tiempo que tardaba en decidirse todos estarían a salvo, bajo techo y disfrutando del espléndido servicio de catering, y de las vistas de las espléndidas camareras que servían el espléndido servicio de catering, y de los espléndidos escotes de las espléndidas camareras que servían el espléndido servicio de catering (y así podríamos seguir por los siglos de los siglos). Llamadme infantil, pero apenas he cumplido los 18 y aunque el mundo esté a punto de terminarse, mis hormonas siguen mandando.

-Bueno qué, ¿te aclaras?

-¿Cuánto dices que queda?

-Unos 70 segundos para el fin del mundo.

-Maravilloso, ¿y decís que tengo que decidir desde dónde volvemos a empezar la humanidad?

Sí, así era. Me habían sacado de la cama y sin darme tiempo ni para ponerme las lentillas me habían vendado los ojos y me habían llevado a un despacho secreto en algún lugar del globo. Lo bueno es que durante el trayecto me había echado una siestecita maravillosa, y lo raro es que les había molestado. ¿Qué mas les daba? Si total, el objetivo era que no me enterase de dónde me llevaban, ¿no? Y además, si se iba a acabar el mundo, ¿qué más daba si me enteraba? Cosas del alto secreto.

El caso es que una vez que llegamos y me sacaron de mi atolondramiento me cogieron por banda y casi sin darme los buenos días me dijeron que se acercaba el fin del mundo.

-Se acerca el fin del mundo.

Sí, tal que así. El fin del mundo a la vuelta de la esquina y yo con estos pelos y sin mi café de por las mañanas, pero bueno, dada la magnitud de la situación no me quedó otra que hacer de tripas corazón y aguantarme. Cuando empezaron a latirme los intestinos me pregunté de qué narices servía eso y decidí volver a mi modo de funcionamiento normal, justo a tiempo para el desayuno.

-Lo primero de todo, sentimos haberte sacado con tantas prisas de la cama, pero como comprenderás la situación requería un poco de celeridad.

Básicamente me contaron que el mundo se terminaba. Habían descubierto que Dios existía en realidad y que era el equivalente pandimensional de un adolescente marginado y sin amigos cuyo único entretenimiento era vernos matarnos entre nosotros. Por eso nos creó en un principio y por eso se dedicó durante los primeros años a aparecerse con diferentes formas y crear cizaña entre los humanos con la pamplina esa de las religiones, para ver cómo nos dábamos de (sagradas) hostias y pasar el rato. El problema era que hacía demasiado tiempo que no hacíamos nada espectacular y estaba empezando a aburrirse. Mucho. Y había decidido tirarnos por el retrete. Así, tal cual, sin anestesia y sin vidas extra. Game over de los de antaño, de cuando los videojuegos suponían un reto y las partidas se acababan.

Si era verdad, no lo sabía. Ni tampoco cómo lo sabían ni cómo habían alcanzado tal nivel de detalle, pero ante la perspectiva yo estaba un poco acojonado. Y lo peor es que lo sabían desde hacía unos cuantos años, pero como el funcionariado funciona (valga la redundancia) así de bien (véase el tono irónico) pues como que lo habían dejado para un poco más adelante.

-O sea, que el mundo se termina en 5 minutos, ¿no?

-Efectivamente.

-¿Y cuál es exactamente mi papel aquí? ¿Queréis que me ponga a gritar o algo para darle ambiente al despacho?

-Si te hace ilusión, adelante, pero teníamos otra cosa en mente.

Resultaba que, después de numerosas negociaciones, habían convencido al todopoderoso para reciclar el planeta y regalárselo a su sobrina pequeña. Hasta ahí todo bien, pero como todo el mundo sabe, no se puede ir por ahí regalando planetas con civilizaciones sabedoras de la verdad absoluta de este mundo (sobre todo si la verdad es tan zafia y aburrida. Los suicidios en masa se harían super populares y se convertirían en el nuevo balconing. Aunque bueno, muy distintos no son...). Por eso era necesario volver a atrás, a algún punto anterior a cuando se enteraron de los planes de Dios para garantizar a la pequeña Gertrudis una colonia de seres ignorantes y temerosos de todo lo celestial.

Y ahí entraba yo en juego. Me había tocado decidir desde qué punto íbamos a volver a vivir. A mí. A un adolescente hormonado, egoísta y completamente desinteresado en cualquier cosa que no fuese yo mismo (aunque viéndolo con perspectiva, no era tan diferente de Dios...)

-Entonces puedo elegir el momento que quiera, ¿no?

-Efectivamente.

Entonces no pude menos que preguntarme... ¿Y si volviese atrás en el tiempo justo lo justo para volver a empezar mi adolescencia sin cometer todos los errores absurdos que cometí cuando empecé mi adolescencia? Total, ¿a ellos qué más les daba? Tenía que elegir algo, ¿no?

-Septiembre. Año 2008.

Entradas populares