.Las verdades de Mauri



Buenas tardes, damas y caballeros. Antes de nada me gustaría presentarme, no querría ser eso que la gente llama "un maleducado", y menos en una fecha como hoy. Aunque realmente nunca me ha importado demasiado (por no decir nada) lo que los demás opinasen de mí. Y así me va, quiero decir... así me fue. Es que no me acostumbro a esto de estar muerto, ¿saben? es una sensación extraña y nueva para mí, como probar una droga desconocida y no saber si te está gustando el viaje o si el viaje se lo vas a meter al que te ha proporcionado la susodicha, por embustero. Que por cierto, ¡qué gran palabra embustero! Se nota que con los años hemos perdido el gusto por el buen hablar y el buen comer y nadie sabe por qué.

Yo hace tiempo que aprendí que las mejores cosas se cuentan en silencio y las mejores ideas se tienen no comiendo, así que dejé el verbo y el mascar como meras herramientas de ocio al servicio de mi disfrute sensorial. ¡Y qué bien vivo! Quiero decir, ¡viví desde entonces! No me miren así. ¿Nunca han intentado utilizar el pasado para referirse al presente inmediato, verdad? No, seguro que no. De ser así no tendrían esas caras de condescendencia mientras les hablo a trompicones. Bueno, ya volveremos a hablar de esto cuando estemos todos aquí. ¿Que dónde? Pues aquí, ¿dónde va a ser? Ah, que no saben dónde estoy, claro... ¿Quieren saber de verdad dónde nos vamos cuando dejamos de respirar? ¿Seguro? Bueno, aquí va, prepárense.

Lo primero al hospital, por aquello de intentar recuperar la vida y no palmarla, (lógico, ¿no?) pero una vez que se pasa el trámite, vuelves a abrir los ojos (en sentido figurado, claro está) y solo ves blanco. Eso es lo único cierto de lo que cuentan los vivos del "otro lado". Lo que pasa es que estás tumbado en el suelo de una sala de espera con una lámpara de leds maravillosa enfocándote directamente a la córnea. No sé si le pasa a todo el mundo, pero a mí fue la suerte que me tocó. Eso y una abuelita haciendo ganchillo y hablando del tiempo que iba a hacer dentro de 340 años en un país que ni existía.

-Estamos en el limbo hijito. Desde aquí se puede saber todo de cualquier parte y de cualquier época, incluso si no existe; en ese caso te lo inventas, porque total, no vas a verlo nunca.

Que sean estas las primeras palabras que escuchas cuando te mueres te deja como... trastocado. Como que te da qué pensar. Me hizo desear volver a mi sillón de cuero de la esquina de mi despacho, con mi cargamento de moleskines y plumas y mi fiel copazo de tinto a mi vera para dejar revolotear a mis alocadas neuronas alrededor de la idea y machacarla hasta hacer boloñesa de ella. Me habría encantado, pero definitivamente no podía. Primero, porque estaba muerto y segundo, porque un señor calvo con cara de pocos amigos se asomó tras una puerta que acababa de aparecer de la nada o de la que yo acababa de tomar conciencia (la probabilidad de ambas es la misma y es muy poca) y graznó mi nombre.

-¿El señor Mauricio Nogal?

¡Es verdad, qué despiste! ¡Al final se han tragado todo el discurso antes de saber siquiera quién soy! Lo lamento mucho, de verdad, les prometo que no volverá a pasar; sobre todo porque es imposible, ya conocen mi nombre. Mauricio, por mi padre y Nogal, por mi abuelo.

De todas formas, ustedes pueden llamarme Mauri, encantado.

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