.Como lo que eres: luz


A veces, cuando pierdes algo muy muy querido, el miedo a que duela más de lo que merece la pena respirar te tapa los ojos con cuidado para que no seas consciente de lo que en realidad significa la ausencia para ti y así seguir viviendo.



Ya ha pasado algo de tiempo, y me vienen miradas a la cabeza, y me río; o bueno, mejor me sonrío, o ni eso; mejor ni lo pienso. Sí, es que no quiero darme cuenta ni yo de que las echo de menos; de que las echo mucho de menos. Sí, sobre todo cuando te reías y achinabas los ojos, y la habitación se llenaba de luz, como cuando medio abres la puerta por la noche y corre un reguero que viene del salón y que es capaz de matar a todos los monstruos; así. Y además no podías escuchar nada más, porque te reías; te reías en alto, muy alto. Tan alto y tan de verdad que las mentiras del mundo se daban la vuelta avergonzadas y se iban lejos a molestar a otros que todavía no se hubiesen dado cuenta de lo bello de estar tan vivos.

Y también me acuerdo de esa primavera en la que agarré mis letras y de un bostezo cogí de golpe todo ese aire que se me había salido del pecho. Y cogí mis manos y elegí despertar después de medio año durmiéndome y soñando con la verdad, con las líneas que marcan el camino, y pintándome el mapa donde no se pudiese borrar, para que nunca más se me olvidase cómo llegar; y llegué, un poco de casualidad, y te encontré allí, llorando las últimas lágrimas de los años que te vieron nacer como lo que eres: luz.

Le doy vueltas a las calles donde nos perdimos buscando el último bar abierto y siento que lo que no supimos encontrar fueron las puertas que nos llevasen a vivirnos un poco más dentro. Siento que quise, que fui y que me encontré con pedazos de miedo clavados en los abrazos; y que no quise, que no fui y que perdí lo que los malos principios me habían regalado solo a medias.

Me viene a la cabeza la vida en la que fuimos invencibles y me planteo si mereció la pena morir y arriesgarse a que todas esas promesas de la resurrección fuesen mentira y a que las segundas oportunidades sean las páginas arrancadas del cuento de hadas de tu mesilla de noche. Me vienes a la cabeza y por mucho que me haya vuelto un poco de hielo después del invierno me sigues haciendo falta, me queman tus huecos. 

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