.¡La gente no quiere que les recorten el sexo!

Salimos a la calle como siempre, pero sintiéndonos como nunca. Cómo me miraba no lo olvidaré jamás, con sus dos ojos negros brillantes como carbones incandescentes descansando al fondo de la chimenea tras haber vivido la muerte en vida de ser el fuego que nace de ellos y se aviva entre zarpazos de ansia y saliva de muerte y miedo de no volver a verse. Brillantes como los reflejos del sol que me bebía de su pelo cuando buscaba mis mejillas mientras lo agitaba el viento, como las gotas de vino que le quedaban en los labios después de la prisa del alcohol entre el respirar de los silencios, como la...

¡CLON!


-¡Joooder! ¿Pero quién ha puesto aquí esta farola?

-No pasa nada cariño, ¿estás bien?

-Sí, sí, sólo que... ¡Auuuu! No me toques mucho el labio que ha sido el que ha amortiguado el golpe.

-¡Perdón! Déjame que te dé un besito para curarlo...

-¡Copón! ¡Que me duele!

-¡Lo siento, lo siento! Venga, dame la mano y sigamos paseando.

Realmente estaba muy rara, tan receptiva, tan dispuesta a disfrutarme, a disfrutarnos, a ser disfrutada. Estaba dispuesto a aprovechar la tarde como nunca junto a ella, piel con piel, alma con alma, jugando al pilla pilla con nuestros dedos en sus palmas de porce...

-¡Señora! ¿Pero no ve por dónde va? ¡Por poco nos arranca el brazo!

-¡Esta juventud! ¡Qué falta de respeto por la gente mayor! En mis tiempos...

-Pero señora, usted iba perfectamente por su lado de la acera hasta que ha decidido atravesarnos por la mitad.

-¿Es que no ves que iba a por mi ABC ahí al quiosco de Martín?

-¿Al quiosco de Mart...? ¡Pero si es un carrito de golosinas!

Aquí apareció un policía con mucho tiempo libre.

-Buenos días señores. Por favor, ¿podrían explicarme qué está pasando exactamente?

-Verá señor agente - Empecé - iba yo con mi chica paseando por la calle cuando...

-¿Esta es tu chica? ¿Este bombón? ¿Con un pardo como tú?

-Oiga, ¡sin faltar!

-¡Niño, cierra el pico! - Increpó la señora - que parece que hoy en día nadie le tiene respeto ni a los mayores ni a la autoridad ni a...

-Bueno bombón, ¿cómo decías que te llamabas?

-María Jesús, pero mis amigas me llaman Marichu.

-No abuela, no le decía a usted precisamente.

-¡Ya ni la policía respeta! ¡Con franco...

-Con franco los ancianos no llegaban a ser ancianos - Intervino Cris.

-Perdona bonita, pero...

-No, ¡cierre la puta boca señora! Con Franco los mayores no duraban más de 70 u 80 años, ya fuese gracias a las guerras o por enfermedades que no se podían curar en la época. Eran tiempos en los que la regulación demográfica se llevaba a cabo de forma natural y los intelectos de los ciudadanos no se veían mermados de esta forma, por lo que el respeto y la convivencia se convertían en quehaceres fáciles e inmediatos donde el respeto era mutuo y no existían estos alardes de prepotencia y estas exigencias de ser bien tratados por todo hijo de vecino que...

El poli ligón, Marichu y yo estábamos flipando. Yo no sé si ella también probó las pipas mágicas de Mariano o es que le pegó un mordisco sin querer o qué, pero esta faceta suya era bien nueva.

-Además, la población estaba mucho más equilibrada y no pesaba sobre nosotros la sombra de un futuro en el que la juventud se ve explotada de forma indirecta por las necesidades pensionarias de un sector jubilado cada vez más grande, cada vez más viejo y cada vez más cascarrabias...

El círculo de gente que se estaba formando a nuestro alrededor era digno de récord Guiness.

-¡La solución, señores, pasa por que nosotros mismos regulemos la población! ¿Control de natalidad? ¡Jamás! ¡La gente no quiere que les recorten el sexo!

Pero cielo, que en el mundo hay preservativos... Ay que la lías, ay que la lías...

-¡Debemos evitar que cada persona mayor de 90 años siga campando a sus anchas por los verdes prados del señor! ¡Es responsabilidad de todos evitar que nuestro planeta se mancille con arrugas y fajas de algodón! ¡Es nuestro deber...!

Aquí el poli ligón y dos colegas ultrapetaos con gafas de aviador entraron en escena.

-Señorita, está usted detenida por apología al terrorismo, tentativa de genocidio, creerse Dios y estar con un pardillo como éste.

-¡Oiga! - Repliqué.

-¡A callar! Si quieres puedes acompañarla al calabozo, calzones.

-Vale...

Así nos fuimos, esposados los dos. Ella para no alborotar y yo para que no le metiese mano. El grupo congregado en la plaza se nos quedó mirando como a dos mesías que desaparecían entre el humo de sus palabras y, poco a poco, empezaron a aplaudir. Yo creo que no habían entendido ni una sola palabra, pero les gustaba la bulla.

La chica en su momento de furia

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