.Drive


Drive, Drive... ¿Qué decir de esta obra maestra de la apatía cinematográfica aparte de que es realmente mala? Bueno, los que me conocen saben que puedo dar bastante de sí las palabras, así que empecemos.

Era una de esas tardes de martes en las que uno queda para ir al cine con una mujer hermosa. Os encontráis, os véis, compráis las entradas y aderezáis la media hora del previo a golpe de fermentados para situar la temperatura cerebral en su punto justo. La película la ha elegido ella y tiene buen gusto, hace buen tiempo y la conversación tiene risa. Pinta bien.

No suelo desearle cosas malas a nadie, pero ojalá que el director se arranque un padrastro y no deje de sangrarle en dos días. Nada más empezar, rechina la absoluta falta de humanidad en el personaje. En serio, es brutal; ¡no tiene ni nombre! Yo creo que les patrocinaba horchatas chufi, porque un dummie con voz de loquendo habría transmitido más sentimientos. Qué frialdad, qué soserío, que tío más desgarbao... Durante la hora y media larga que dura la película me esforcé lo que no está escrito por buscarle su lado humano, o su lado tierno, o su lado furioso, o su lado... O su lado. Nada, nain, zilch, niente. Menudo ente.

Si por lo menos la historia hubiese tenido coherencia o ritmo se habría podido salvar, pero ni la una ni la otra. Parecía como si hubiesen cogido tres o cuatro tramas aleatorias e inconexas y les hubiesen puesto super glue a todo lo que da el bote como si no hubiera un mañana, a ver si cuela. ¿En serio me estás diciendo que puedes combinar carreras, mafias, amor, desamor, acción, muerte, persecuciones y engaños y hacerlo así de mal? Impresionante. Esto aderézalo con ciertos momentos de acción y sangre mal puestos que recordaban a un admirador despechado de Tarantino tratando de llamar su atención gratuitamente y colocados con una aleatoriedad digna del ciclotímico menos oportuno, espolvoréalo con cabos sin atar, macéralo en la peor banda sonora de la década (lo siento, Match Point y American Psycho se llevan todo mi amor en materia de matar al ritmo de buena música) y rotúlalo con una tipografía rosita y hortera. ¡Voilà! Simplemente desconcertante.

Puede que me esté haciendo mayor y que no sepa ver la genialidad de las nuevas generaciones (no, en realidad no), pero en aquel cine éramos por lo menos dos los que pensamos que se habían reído de nosotros (y nosotros de ellos, ¡ja!).

Menos mal que la chica era guapa (y no la de la película).

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