.Caoba

-Oye Caoba, ¿por qué sabes tantas cosas de mí?

-Porque te miro cuando me hablas.

Y así era, parecía un perrito asustado. Acurrucada en aquel rincón del sofá bajo la manta había conseguido convencer a la tapicería de que su cuerpo tenía un contorno más apetecible y yacía con la cabeza erguida y los ojos muy abiertos sin quitarme el ojo de encima.

Cualquiera diría que apenas diez minutos antes perdía el hambre y el norte cada vez que pasaba a menos de un metro de mí, que no me cabía en el alma todo lo que quería darme de golpe, como si nos faltase el tiempo, y me costaba pensar de la embriaguez que me causaba tenerla cerca.

Pero en esas circunstancias todo estaba más tranquilo. Cada uno tenía su propio dominio en los reposabrazos y el territorio común lo íbamos marcando con los pies, según nos apeteciese acomodarnos en el hueco entre los cojines o buscar notas nuevas rasgándole los tendones que le surcan la corva. Así ya podíamos dejar que volase bien lejos la certidumbre, que mientras no nos moviésemos de allí no iban a pasar las horas, y ya se sabe lo que da de sí el tiempo cuando no pasa...

-Oye Caoba, ¿por qué te entiendes tan bien con la vida?

-Porque la bailo cuando me mira.

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