.Somos adictos


Los humanos nos hemos inventado una droga. Es tan adictiva como los abrazos de sofá con jerseys grises de punto dos tallas más grandes y tan rítmica como la lluvia llamando a la ventana pidiéndote que salgas a bailar con ella.

Tan sorprendente como los piropos sin venir a cuento, como las sonrisas que de alegres no te caben en la cara y te dejan sin aliento; que se tienen que abrir hueco en las bocas de los demás, nos dejan llenos de arrugas, sin vergüenza y más feos por fuera pero más guapos por dentro.

También te pone la piel de gallina porque te recuerda a cuando el mundo te pesa tanto que la piel te duele, y te dan una caricia justo donde guardas todos los escalofríos que hace tanto que no sacas a pasear; y se van a pasear mientras te blanquean los nudillos por comerte un abrazo de gracias que te encantaría darle, pero te da miedo que una vez que empieces no quieras soltarla jamás.

La guardamos en el primer pensamiento de las mañanas, en los huecos entre las sábanas y los parpadeos largos de media tarde. Y es inofensiva, pero si dejas que te susurre demasiado cerca del lóbulo de la oreja a la larga puede matarte de soledad y atraparte dentro de ella. 


Somos adictos a la nostalgia aunque nos duela, aunque no sea de verdad. Seremos adictos hasta la soledad, incluso si no nos queda nada que recordar.

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