.No teníamos escapatoria


Efectivamente, cuando llegué había un reguero de pipas formando un camino que iba hacia la calle. La pobrecilla estaba descompuesta y temblando, y era comprensible después de todo con todo el cariño que le había cogido al jodío Mariano.

-¿Qué crees que podemos hacer? - Me preguntó.

-Comernos las pipas e irlas siguiendo. Es la mejor forma de meternos en su cabeza.

Se le iluminó la mirada. La verdad es que no sé de dónde saqué la inspiración para decir semejante parida (seguramente que tenía gusa), pero parece que a ella le gustó y al final era lo que importaba. No las tenía todas conmigo sobre lo de encontrarle, pero dadas las circunstancias quería que por lo menos sintiese que, con Mariano o sin él, había conseguido contagiarme un poco de su locura.

Me comí la primera pipa, la segunda, la tercera, la cuarta, la quinta, la... ¿Y las siquientes?

-Nena, el rastro termina aquí y no llevamos ni cinco metros.

-La verdad que el chico tampoco tenía mucho material en la cabeza. Seguramente habrá empezado a racionar a partir de este punto y desde aquí...

Dejé de escuchar; no podía perder el tiempo en eso: vi La Verdad. Estaba lúcido y sabía el camino. Había imágenes en mi cabeza que me mostraban lugares a los que nunca antes había ido, calles que nunca antes había pisado, pero que me eran extrañamente familiares. Sentí como en mi cabeza recorría todos aquellos parajes, inspirado por el quejido lejano de Mariano, y alimentado por la certeza de su cercanía agarré a la dueña y partí presto a donde mis instintos me decían.

-¡Corramos! ¡No hay tiempo que perder!

-¡Estás borracho! No me lo puedo creer. Cielo, esas pipas tenían algo, en serio, cálmate.

-No, de verdad, créeme, ¡estoy más sobrio que nunca! ¡Sobrio de realidad!

-Pero si vas haciendo eses y tienes los ojos como pimientos...

-Eso tú, que me ves con buenos ojos. ¡Pero cierra la boca y sígueme!

No se resistió (creo). La sujeté del brazo y salimos corriendo tan rápido que se me voló la conciencia al tercer paso y la noción del yo al cuarto. Se ve que parpadeé un poco más lento que de costumbre, porque cuando volví a abrir los ojos estaba solo (bueno... "Solo"...) y el escenario era completamente diferente (un local que parecía que celebraba el festival de torsos anual de la provincia).

-¡Loado sea el caos! ¡Jamás pudieron creer mis ojos tamaña serendipia!

Allí, retorciéndose como sólo él sabía, se dejaba escapar entre el proceloso festín de refulgentes carnes; flagrante como él solo, vanagloriándose del poderío de su ser, armado con unas Wirefire y una camisa hawaina abierta hasta las raíces, nuestro hombre (bueno, vegetal): Mariano.

-¡Te encontramos! ¡No me lo puedo creer!

-Yo sí. ¿O qué te creías? ¿Que lo de las pipas lisérgicas era casualidad? ¡JA! Eso tiene más años que la lambada.

Cara de póker... Y yo que pensaba que era la pubertad...

-Venga, vamos a por un chupito para celebrar que me habéis encontrado! Por cierto, ¿dónde está la chica?

En esto, una maraña de pelos empezó a gritarnos.

-¡Me cago en la leche puta!

...Como diría mi padre...

-¡La madre que os parió a los dos!

-Mira, ahí la tienes. - Y añadí, dirigiéndome a la maraña - ¿Quieres un chupito de... - Me giré - Mariano, ¿de qué?

-De tequiila - Puntualizó.

-Ah, - Volví a girarme. Hacia el mismo lado. Parecía la niña del exorcista - ...de tequila?

-¿¿Tequilarrllmgmfdjjbdñ?? ¡Te voy a dar yo tequila!

-¿Tienes? ¡Qué fetén! Dame tequila, por favor.

Primer error. El bar entero se la sabía y empezó a corear.

-¡¡Quiero veeeerteeee doooobleeee!!

Mariano estaba como un furby y siguió cantando. Segundo error. El DJ paró la música y la gente, envalentonada, coreaba las dos frases en perfecta sincronía.

-¡Daaame tequila por favoooor!

-¡Daaaaame tequila quiero veeerteeee doooobleeee!

Aquello fue el equivalente discotequero a ponerse delante de un espejo y decir "Candyman, Candyman, Candyman". Las masas se abrieron en una senda de luz y empezó a escucharse un murmullo disperso. Parecía salido de todas partes y recordaba a un jadeo rítmico amortiguado por la distancia.

-Hhh... Hhh... Hhh...

El jadeo fue ganando consistencia y presencia; tanta que los cientos de gargantas empezaron a ahogarse, cautivas en la infructuosa tarea de hacerse oír. A lo lejos empezaba a diferenciarse algo...

-Haha... Haha...

Era tan poderoso que no cabían más sonidos en la sala. Tanto que todo lo que vivía en el aire huyó a alguna parte dentro de cada uno de nosotros, oprimiéndonos el pecho con la elegancia de la que sólo algunos saben impregnarse. Era el preludio a sus primeras palabras, esas que durante vidas se nos quedarían clavadas en la conciencia.


-¡Hahahahaha! ¡Daleh!

Era Pitbull, y había venido a hacernos un remix. No teníamos escapatoria.

Entradas populares