.El arte que tenía

A veces pienso por qué lo hice. Por qué decidí dejarme a mí mismo esperando en el portal todas las noches que me escapaba con ella a dejarme arrastrar por sus locuras e inventar coreografías al compás de sus carcajadas. Qué tenían sus ojos negros, que de un revés me dejaban ciego, sin tierra ni cielo, y colgado de las curvas de su espalda, columpiándome en sus contoneos y muriendo por beberle el alma. 

Entonces aprendí que la vida se entiende mejor dando menos explicaciones, hablando menos y prestando más atención a cómo respira el mundo. Que aprender a bailar es lo mejor que puedes hacer si quieres ser más sabio, y que dos ojos cuentan mejores historias que los libros si sabes bien cómo mirarlos: desde dentro; desde la imagen que proyectas a fuego cuando tomas conciencia de lo que eres y del poder que tienes para mover el mundo si tú quieres.

Y me volvía loco; y yo nunca sabía que hacer. Y creo que en el fondo me daba envidia el arte que tenía para perder el control y volver a nacer todas las noches. El arte que tenía para volverse loca y arrastrarme a mí también; partiéndome en dos a golpe de vergüenza para que nadie pudiese hacerme más daño que ella y me volviese tan pequeño e insignificante que pudiese llevarme siempre guardado en ese colgante que no le devolví.

Y reconozco que a veces quise ser un poco ella, pero me salió mal y terminé siendo mucho más yo.


Entradas populares