.Me gustaría decir que cómplice, pero no

Me llevó hasta una carretera comarcal perdida en la estepa justo cuando despuntaba el alba y nos quedamos en el arcén, mirando los campos llenos de girasoles.

-Ahora tenemos que esperar. Hay que buscar alguno que no siga la trayectoria del sol. Eso quiere decir que chochea y será mucho más fácil llevárnoslo.

-¿Ah sí?

-Sí.

-Oye, y una cosa...

-Dime.

-Los girasoles... ¿Desde cuándo chochean?

-Desde que la industria de los frutos secos vio el potencial y para aumentar la producción llevaron la edad de jubilación hasta límites inhumanos. Bueno, ingirasolianos... Hasta entonces los talaban antes de que se manifestase el chocheo, pero ahora llega un punto en el que los pobres no pueden soportar la presión y empiezan a flaquear intelectualmente.

-¿Y esto tú cómo lo sabes?

-Me lo contó uno que se fugó... Una noche en un bar de ambiente muy raro. Él era lo más parecido a un hombre, ¡no te digo más!

Visto que no sabía si quería profundizar más en su vida nocturna, cerré el pico y me puse ojo avizor. Me habría gustado hablar, pero olía tan bien que no hacía falta; no tenía ganas de desperdiciar esa sensación; ya ves qué chorrada. Pasaron un par de horas en silencio, y entonces lo vi.

-¡Mira, mira! ¡Ahí hay uno que parece que está borracho!

Parecía un toro mecánico amarillo, redondo y con hojas.

-Vaya, vaya... Buena presa, cariño...

Envalentonado, salí tras él (bueno, "tras él", se entiende... Él estaba plantado, anclado, quieto, con las raíces echadas... Pero queda más poético, ¿vale?) y me abalancé sobre su tallo de un acrobático salto (en el que, por cierto, me desollé las rodillas).

-¡Auuu! ¿Pero qué haces? - Chilló el girasol indignado.

-¡Qué haces tú! ¡Los girasoles no hablan! - Dije yo espantado.

Ella, que venía detrás de mí contoneándose sonriente con toda su pachorra, se ocupó de poner las cosas en su sitio.

-¡Hola Mariano! 

-¿Mariano? - Flipé.

-¡Coño! ¡Cuánto tiempo! - Comentó Mariano.

Yo seguía a lo mío.

-¿Qué clase de nombre es ese para un girasol?

-De momento, el único que conoces. - Replicó él orgulloso.

Zaca. Después de recoger mi orgullo y recomponerlo malamente, Mariano siguió con el palique.

-Pues ya sabes, como siempre: que si somos demasiados, que si esto en tiempos de cosecha está impracticable... 

¿De verdad habla? ¿De verdad tengo un girasol en frente que se llama Mariano y que habla?

-Un momento! He visto un fotón! No os mováis! 

Aprovechando el interludio me giré a aclarar la situación.

-¿Y tú a éste de qué le conoces? 

-De nada, pero hay que mostrarse familiar con ellos si quieres conseguir algo. Tienen una memoria realmente mala, pero como son tan orgullosos jamás lo admitirán y así podremos aprovecharnos. Se lo creen todo.

-¿Y lo de que se llame Mariano? 

-Otro farol. ¿Pero a que le pega? 

-Nada.

-¿De verdad?

Sé fuerte, ¡sé fuerte!

-Bueno, ahora que lo comentas... 

Pagafantas.

Mariano volvió en sí tras un espectacular giro de 360 grados que por poco nos ahorra el trabajo sucio.

-Ya está! Se me ha escapado por un poco. Ese glotón de Abelardo se los lleva todos. Se lo toma muy a pecho porque dice que de mayor quiere ser antena paranoica...

-Parabólica. - Puntalicé.

-Sí, disculpa, es que la edad no perdona. Como os iba diciendo, en mis años de pubertad yo era uno de los más esbeltos de mi cosecha...

-Pero nos estabas contando lo de... ¡Auuu!

Pisotón del 15. Aunque no era comparable a la mirada que me echó.

-Shhh! Calla! Déjale que se enrolle y haz lo que yo.

Empezó a caminar de lado hacia el costado de Mariano con la vista fija en él, cara de asombro y sin dejar de asentir. Yo hice lo propio por el otro lado mientras Mariano le daba al soliloquio. Parecíamos realmente idiotas.

-Fue una época de problemas aquí en la tierra porque era tan bello que el sol se quedaba parado a mirarme si me daba por quedarme quieto y no seguirle. ¡Qué arrogante era! Juventud, divino tesoro... Ay, si pudiera volver a vivir aquellos días...

-Pero Mariano, chiquitín, ¿por qué dices eso?

Esta chica tiene una mano envidiable para los seres mitológicos.

-Porque todo tiempo pasado fue anterior... - Sollozó.

-Mejor.

-Sí, es verdad, gracias. Y entonces al pobre Abelardo le exigen un nivel muy elevado en captura fotónica y por eso... ¡Un momento! ¡Otro fotón!

-¡Ahora! - Gritó ella mientras se abalanzaba sobre el pobre Mariano (que ya me había terminado cayendo simpático) con un saco en la mano.

Lo dejó en el suelo con la cabeza dentro del saco y retorciéndose de mala manera.

-¡Traición! ¡Os vais a enterar cuando habla con mis superiores! ¡Se os va a caer el pelo!

-Es que cuando se hacen viejos y no cazan tantos fotones se les va un poco el oremus. - Me explicó ella. - Ahora en cuanto lleguemos a casa se empezará a poner mejor.

-¡Quiero mi parche! ¡Quiero mi parche y a mi fiel loro Manolo y después os tiraré a los caimanes!

-Ay pobre...

Intercambiamos una mirada. Me gustaría decir que cómplice, pero no. La mía estaba desencajada y la suya extasiada. Empezó a reírse y saltó sobre mí repartiendo besos en cada arruga que me aderezaba el semblante para irlas disolviendo una a una mientras Mariano cantaba canciones de bucaneros en la lejanía. Cuando volvía a ponerse el sol salimos de allí, con Mariano en brazos, completamente roque, precedidos por nuestras sombras.



-¡Qué bieeeeen! ¡Siempre había querido tener uno!

A la semana todavía me caían pipas de la cabeza cuando me peinaba. Al final mereció la pena.

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