.Cuéntame una historia
El teléfono, mierda, el teléfono, mierda, el teléfono, mierda el telé...
-Cuéntame una historia, no puedo dormir.
¿Pero qué hace aquí? Si yo me había acostado solo, o al menos eso creo, ¿estoy soñando? Me voy a pellizcar... ¡Auuuu! Esta tía me está mutilando sin saberlo. Esto es de locos. En fin... Lo peor es que me parece hasta normal.
-Una historia... Érase una vez una doncella que tenía tres hermanastras...
-No, no. Nada de cenicientas. Quiero que te la inventes ahora.
-¿Ahora?
-Sí.
-¿Por qué?
-Ya verás.
Ya está. Era mi momento.
-Érase una vez una cama. Y en esa cama... Había dos trocitos de universo.
-¿De universo?
-Sí, de mundo, de vida. Se acababan de despertar de no sabían dónde y como no veían nada no sabían como eran, pero sí que sabían que estaban ahí porque se escuchaban respirar y se sentían temblar.
-¿De miedo?
-De frío. Era ese momento, justo antes del amanecer, cuando te despiertas y te arrebujas en el edredón hasta que sale el sol y te puedes destapar porque la luz ahuyenta a las pesadillas.
Nada más terminar la frase, como si me hubiese estado escuchando, todo mi alrededor empezó a teñirse de un púrpura tan denso que costaba moverse dentro. Intenté incorporarme para ver qué pasaba, pero parecía que mi cama no me iba a dejar escapar así como así, por lo que me quedé donde estaba. Mientras el ambiente clareaba y los naranjas iban tomando posesión de mi alrededor ajenos a todo, ella seguía preguntando:
-Y si tenían frío, ¿por qué no se acercaban para darse calor?
-Miedo. Aunque podrían olerse, mirarse, escucharse, saborearse y tocarse no lo hacían. No conocían nada más que ese estado de eterna espera, donde siempre está a punto de ocurrir algo y estaban temerosos de asustarlo si se movían. Así pasaban las horas y los días, convirtiendo en soledad una compañía que era de todo menos real.
Empecé a sentirme muy solo, carente de vida. Como si todos mis motivos de repente no fuesen nada más que un capricho de adolescente y sólo tuviese sentido cerrar los ojos, acurrucarme a su lado, muy cerca, y no dormir para guardarme en la retina cómo tiemblan sus contornos en penumbra cuando sueña.
-¿Y siguieron así para siempre?
Fuera era noche cerrada. Dentro estaba amaneciendo bajo las sábanas.
-Por miedo a tocarse y descubrir que no existían se pasaron mil vidas acurrucados y esperando a ver si el otro se movía. Hasta que un día despertaron solos, cada uno con sus demonios, y del frío de la soledad no pudieron abrir los ojos.
Al poco abrí los ojos sin ella a mi lado, pero con un beso colgado del picaporte y su olor entre las sábanas. Creo que por eso le perdoné todas sus locuras, porque me encantaba cómo olía.