.Como un principiante

 Mi mente bullía de ideas descolocadas, necesitadas de aire para volar y cielos para pintarse. De pronto, de tantas que eran, dejaron de caber en mi cabeza y salieron con tanto estrépito que por fin desperté. Tomé conciencia de que tenía boca y hablé; y fueron mis palabras las que me mostraron lo que mi orejas podían hacer por mí. Así, siguiendo el murmullo del mundo, fui, poco a poco, arrastrándome hacia el sonido, hasta que me topé con la pared y mis manos cogieron de las suyas al frío. Subiendo subiendo, la oscuridad empezó a volverse un poco menos negra hasta que la luz se hizo insoportable y recordé que podía abrir los ojos y ver.

 El sol pica como hacía tiempo, como cuando no sabía cómo era eso de quedarse dormido abrazando amaneceres y buscando la mejor perspectiva de los remolinos de tu coronilla. Como cuando descubrí que algunos olores no se van en la primera ducha y se quedan flotando a tu alrededor, como las palabras en el vaho cuando es invierno.
 Esa inocencia que te hace mirar al mundo como un principiante, con el miedo a la inexperiencia y la adrenalina del no saber, el hambre del que hace tiempo que no prueba bocado y el ansia del que cree que se le va a terminar el mundo antes de que vuelva a salir la luna.
 Así estoy, apoyado en la ventana, mirando al horizonte y pensando que si le echamos ganas podemos vivir cada paso como la primera vez...



Y acordarme siempre de abrir mucho los ojos, morder si huele bien, respirar muy muy hondo y si la cosa está muerta, echar a correr.

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