.Mío

  Fueron dos noches buscando chamanes debajo de cada piedra que me encontraba mientras soñaba que caminaba. Al final no hay ni grandes abrazos multitudinarios ni fuegos artificiales, pero te queda el olor de la tensión de los últimos diez segundos flotando delante de ti para cuando lo necesites.
  El mejor regalo ha sido aprender a aceptar antes que esperar cambiar mi futuro a dentelladas de frustración, porque al final el ser feliz se remite a amar lo que uno tiene, por poco que sea. No niego que perseguir mis sueños sea una de mis más antiguas y absorbentes aficiones, pero saber jugar con ambas variables te da una libertad muy roja, muy brillante y que huele mucho a canela, como mis desayunos a la luz del amanecer.
  También he podido ver paisajes que se me antojaban muy dispares, mezclarse durante un segundo para después rápidamente centrifugarse hasta el infinito. Eso y recordar los viejos tiempos. Aquello e imaginar los nuevos.
  ¿Y sabes qué me daba fuerzas? Que aparecieses más enferma pretendiendo no aparentarlo, que el sueño te matase y aún así corrieras conmigo a celebrarlo, que vinieses a enseñarme a mi prisión tus nuevas alas y me contases cómo se viven los sueños en lo alto, las horas muertas vestidas de acertijos escondidos en los años, que aparecieses sin saberlo y al día siguiente tuvieras que repetir para recordarlo, que me sujetases la pierna mientras me sacaban a ese cuerpo extraño, que me dieses ese beso de “bienvenido a ti mismo” y que aún en días míseros te guardases un rato para recordarme que no eres un espejismo.
  Ahora que el aire que respiro vuelve a ser mío, puedo volver a regalároslo como promesa de vida. Guardad un poco de mí en vuestros pulmones como regalo de bienvenida.


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