.(2)

  Paseaba. Solo. Conocía el camino perfectamente, pero hacía meses que no se encontraba tan perdido. No era tanto la ausencia de caras conocidas como la ausencia de caras; el no poder ver la gente que venía formando remolinos en dirección contraria ni escuchar su propia voz canturreando en voz baja.

  Se había despertado con un brazo dormido, y al intentar balancearlo para sacarlo de la cama, perdió el equilibrio durante la maniobra y terminó aterrizando con el dorso del pie. Este acontecimiento, en consonancia con la blasfemia de rigor, despertó al hijo de los vecinos, que en algún ramalazo de inspiración sietemesina, decidió que era su responsabilidad amenizar al edificio con su prodigiosa voz.
  El chiquitín tenía madera de tenor, pero por desgracia nadie había tenido el detalle de enseñarle la escala temperada, por lo que aquello que en su cabezota comenzó siendo opereta ,terminó en un canon de gritos encadenados atonal que habría hecho las delicias de algún contemporáneo rebotado de Berkley. Lástima que Madrid pille tan lejos.
  Al son de la original improvisación vecinal, descubrió el trío de ases de las mañanas torcidas: No hay café, no hay ropa limpia y el agua sale fría. Así que ante esta perspectiva y engalanado con la ropa del día anterior y sus legañas de domingo, salió con paso airoso a la calle. Parecía que ya no podía ir peor.
  -¡Dios, más te vale tenerme preparada una sorpresa muy buena hoy!
  Y como es lógico, empezó a diluviar.

(...)

Entradas populares