.Y volar

Volar es un arte; o más bien un truco. El truco consiste en aprender a tirarse al suelo y fallar.
  …Y de repente, algún día, en plena caída libre, olvidaremos todo lo que sabemos del mundo y dejaremos de dar por sentado que saltar al vacío termina siempre con un impacto con la realidad...
  Conozco a muchas personas que, sin saberlo, me han enseñado a volar sin alas.
  Cuando eres chiquito, todavía crees en cuentos de ángeles, dragones y superhéroes. Seres fantásticos con alas o con capa, que gracias a ellas pueden desafiar a la vertical y flotar a varios metros sobre nuestras cabezas. Eso sí que era libertad. Vagar por donde nadie más pudo nunca, deslizarse entre lo más puro del universo e ir creando camino nuevo a cada aleteo. Sin normas, sin imposiciones, sin precedentes… Sin límites salvo la imaginación.
  Así creíamos que para volar necesitamos alas, o capa, y nos poníamos el abrigo alrededor del cuello sujeto con un botón mientras corríamos con el puño extendido a ver si sucedía el milagro que nunca llegó. Luego soñábamos con volar. En mis sueños siempre era la misma cosa. De repente me convencía de que se podía volar. Creía con una certeza absoluta que yo podía volar. Entonces cerraba los ojos y saltaba, y me caía al suelo. Pero yo volvía a saltar, cada vez un poco más alto, más alto, más alto, hasta que mis pies dejaban de sentir el suelo y se ponían a nadar entre las nubes del patio de mi colegio.
  Crecimos y se nos olvidó lo de ser niño. Dejamos la imaginación confinada en una vida pasada y con ella, las ganas de volar se cubrieron de polvo en un rincón de nuestra conciencia. Pero con el tiempo fuimos conociendo gente. Almas curiosas, que te miraban con otros ojos. Era extraño, porque estaban allí contigo y podías tocarles y hablarles, pero se movían distinto.
  Bailaban.
  Yo les miraba y veía cómo siempre parecía que actuaban en consonancia con su alrededor. Como una coreografía improvisada que hubiesen ensayado en otras vidas durante miles de horas, para que quedase perfecta a la primera intentona. Y lo gracioso es que eso pasaba siempre. Siempre. Se podía sentir, podías ser parte de ello, podías oler la magia y llevártela en un cuenco para más tarde mirarla y tocarla hasta que se la llevase el viento.
  Todos tienen nombre, pero los atesoro como algo más. Unos son más jóvenes, otros más viejos, algunos aparecieron antes y otros son más nuevos. Pero en su momento fue mirarles a los ojos y saber que lo que nos iba a sobrar era el tiempo para convertirlo en oro con ellos.
  Y quise mirarme en su espejo.
  Quiero ser magia y mirar a la vida de frente, plantarle cara y morderla como si no hubiera mañana. Porque ya no me importa lo que venga y sé que si yo quiero podré vagar por donde nadie más pudo nunca, deslizarme entre lo más puro del universo e ir creando camino nuevo a cada aleteo. Sin normas, sin imposiciones, sin precedentes… Sin límites salvo la imaginación.
  Lo más bonito que me enseñó mi madre, sin ella saberlo, es que en el mundo que conocemos las alas son sólo una excusa para atreverse a saltar al vacío sin miedo.
 Y volar.


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