.En primera persona

Por lo que puedo recordar, siempre he existido. Momo.
Siempre. Desde el mismo momento en que nacemos somos parte de nuestra realidad, así que se podría decir que, para nosotros, somos eternos. Somos los únicos que vamos a estar presentes en cada momento que vivamos, los únicos testigos de cada paso que damos y los únicos jueces de cada decisión que tomamos.
Somos el "para qué" y el "por qué" vivimos. Un cúmulo de motivos y de experiencias que se van amontonando en las esquinas de nuestra consciencia. Si no las revisamos de vez en cuando, cogen polvo y muchas veces incluso nos olvidamos de que están ahí. Así llegamos a esas mañanas de domingo donde salir de la cama no tiene más razón de ser que conmutar la horizontal y cambiar el paisaje de nuestro remoloneo.
Somos seres imperfectos. Imperfectos y perfectamente capaces de perfeccionarnos si somos lo suficientemente humildes como para ver el "qué" y el "cómo" y empezar a ponerlo en práctica. Cuándo? Ahora. Muchas veces el camino del "yo" nos lleva por sendas espesas que no apetece desbrozar. Ya sea por pereza o por miedo (a perder, a ganar...), pero sin movimiento no hay cambio, y sin cambio, los malos recuerdos se posan en el alma, se secan y se hacen una costra negruzca y resbaladiza que hace difícil pasar por encima sin caer otra vez en el abismo.
En esos tiempos éramos otros, por suerte o por desgracia. En la vida, si te tropiezas, te levantas y aprendes que la próxima piedra tienes que esquivarla. Si a la siguiente piedra te vuelves a tropezar el proceso es igual de sencillo.
Es igual.
Es una pena que el secreto para aprender de los golpes sea tan banal, pero la magia no es cuestión de forma, sino de efecto, y convertirte, piedra a piedra, en la persona que quieres ser, no tiene precio.
Equivocarse lo hace todo el mundo. Aceptarlo y hacerlo tuyo es de sabios.
Todos tenemos lagunas. Partes del alma que están vacías, rotas o que les faltan piezas. Cajones encajados, armarios sin llave, puzzles a medio hacer. De vez en cuando llega alguna visita que te comenta que en su casa tiene una llave muy parecida a esa, o que ese puzzle le recuerda a uno que lleva en su mesa años sin terminar. Entonces sólo se te ocurre invitarle a pasar una temporada a ver si entre los dos conseguís completar un poco vuestros mundos.
Pasado un tiempo la visita se va, y no sin dejar huella. Habéis roto el pomo del cajón de tanto tirar, la cerradura del armario está dada de sí y las piezas del puzzle se deformaron al intentar encajarlas donde no tocaba. Entonces dices que ya no dejarás pasar a más visitas nunca más.
Hasta que vuelves a caer.
Los tontos se enamoran, los listos no.
Así, los tontos aprenden a vivir cada minuto como si fuese el último, buceando entre emociones, lágrimas, risas, guiños, temblores y esa cosa que llaman amor. Y mientras, los listos, convencidos de que dentro de su coraza están mejor, ven caer las hojas del otoño de su alma sobre su corazón hasta que ya no pueden verlo.
Entre lo poco que sé de la vida, también te diré que nada de todo esto vale la pena sin alguien que te haga ser incoherente. Ni flores, ni velas, ni luz de la luna. Ése es el verdadero romanticismo. Alguien que llegue, te empuje a hacer cosas de las que jamás te creíste capaz y que arrase de un plumazo con tus principios, tus valores, tus yo nunca, tus yo qué va.
(...)
Que desees y seas deseado, que se frustren todas tus esperanzas y acabes descubriendo que la única forma de recobrar el primer amor, que es el propio, es en brazos ajenos.
Esta noche brinda por ti.
Porque eres lo que más quieres.
Porque estarás contigo hasta que te mueras.

Entradas populares