. y seguido

  El primer recuerdo que tengo de 2010 es cómo a algún mendrugo se le ocurrió la brillante idea de confundir mis apellidos y plantarme en una lista como "Borja Díez Cobritas". Dado que era la primera vez que aparecía así en algún documento con validez identificativa más allá de las redes sociales, decidí echar el resto y cambiar de nombre.
  Lo bueno de empezar en punto muerto es que es más fácil arrancar y meter marcha. A poco que te muevas, avanzas, y tienes la tonta certeza de que tienes meses por delante para hacer rampa.
  Así, en una estación que no tocaba y entre ron y ron, cogí el soniquete de la canción y empecé a pensar que la vida perroflauta era la vida mejor. Ahí me harté del destilado de la caña de azúcar y la ginebra se convirtió en mi nuevo amor de las noches de peregrino noctámbulo. En términos de estilo fue un buen cambio.
  Así, poco a poco, me fue cambiando el aura. Día a día, trago a trago.
La primavera trompetera nos pilló especulando sobre estuarios con la viajera y no paramos de brindar durante tres días para dejarle bien bien claro que, como cada año, era rebienvenida. Las gracias no se hicieron esperar, y en poco estábamos cazando almas y aprendiendo a volar.
  -Y tu amiga qué tal es? -Está un poco cuuucuuuu...
  Brutal. Se me quedó grabado y a veces me acuerdo. Rompimos nexos para acercar personas y saltamos un par de tabúes generacionales al son de la rumba bailada con paso de ska (lecciones magistrales incluídas en el pack).
  Después nos zambullimos en la espiral encantados de la vida y culminamos con el colmo del costreo a ritmo de muchachito de rally en el torrezno.
  Apatía de los meses sin r, tonterías tontas y examen de conciencia todos los martes después del café. Una caña inesperada, un tropiezo en los planes y volví a descubrir que tenía alas en los pies.
  Y volé lejos, y os eché de menos, y a la vuelta vi nacer ríos de letras entre mis dedos. Y me escurrí entre tus versos y dormí cada noche entre tu pelo para hilar una vieja historia que en el fondo todos conocemos, pero que gozamos de maquillar a nuestro antojo y de ponerle personajes nuevos.
  Ahora tenemos una servilleta en blanco y un boli a nuestro lado. Escribe 2011 en una esquina y recuádralo. Decide. Yo cerraré los ojos y pintaré con otra mirada. Sé que el caos guiará la trazada.
  Y así entre bocado y bocado terminé de rumiar la metamorfosis.
  Subconscientemente.
  Empecé cambiándome el nombre y terminé siendo otro.
  Punto (y seguido).

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