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  Sin querer buscarte nuevos adjetivos que pongan al día la imagen que guardo en mí de ti. A cada paso que doy que no controlo mis pupilas y terminan echando siestas en tus rincones más hogareños. Aquí viene la conversación del especular entre neuronas castigadas al fondo del desván de mi conciencia y sus amantes locos de las horas de madrugada; donde el tacto se vuelve ristra de palabros que entre definiciones y evocaciones sonoras (o más bien susurradoras) crean una imagen borrosa que coloco entre la chimenea y el sofá, un poco a la derecha del reposapiés. Allí donde te pueda admirar cuando la entereza me falle y necesite hacerte musa por un instante y que retuerzas mi universo sin ni siquiera tú saberlo. Para tenerte hablando a mi lado de fondo, como compañía para las noches de lluvia de otoño, como espíritu incorpóreo que me pellizca los sentidos.
  Porque los abrazos me quedan lejos, dentro del baúl de los miedos. Cuando decidí ser el yo que quise ser y sin querer maté la esencia de la magia del no saber y tener fe. Tal vez desterré demasiadas horas a la reserva de cuando tenga que plantearme que tal vez va siendo el momento de empezar a pensar en hacer algo y se me escapó como un suspiro, como una estrella fugaz en pleno día.
  Rienda suelta a mi verborrea onírica, apunte y analítica, mismas conclusiones. Somos humanos, estamos vivos, si nos traicionan nos duele y si nos duele sufrimos, si sufrimos no pensamos y actuamos según nuestro instinto, que no es lógico, pero es la esencia de lo que somos.
  Si me traiciono me duele, si me duele no me siento tan vivo, voy a actuar por instinto, pero freno y me quedo en el limbo esperando al amanecer.
  Y vienen los "y si" los "por qué", me abofetean y salen volando, y las lágrimas jamás salen a consolarme.

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