.Pulsos

  A veces poder estar solo es un regalo. Ahora que los días mueren antes y agonizan en vida, el cuerpo me pide esos ratos de sofá y manta, de leer, de darte cuenta de que no ves porque de repente es de noche, de no hablar durante horas y agotarte de pensar y entonces empezar a conjugar en clave de sol sin querer y sin moverte del sitio hasta que, cuando tomas consciencia de lo que flota entre tus orejas, ves cómo esas frases se van, se van, se van...
  Mi casa tiene escaleras, y cada vez que toco y canto el sonido fluye por ellas, de arriba a abajo, dando vueltas y rebotando en cada esquina. Los perros sueñan al compás y de vez en cuando sus danzas se cuelan en la mezcla, por eso las voces se repiten y las notas se vuelven eternas.
  Saber estar solo es un regalo y sabiendo que sé disfruto cada minuto de ser el soberano de mi templo. Pero aquí las almas se hacen grandes (porque hay hueco) y siempre que busques paz, tengo vino, paisajes, mantas y fantasías de otros tiempos. Aquí no hay penas, ni cuentos. Podemos despellejar la realidad y hacer esculturas con sus huesos para olvidar los desengaños y las farsas de antaño. Pintarnos de colores (los que quieras) y dejar el gris sólo para los pijamas.
  Si sabes leerte, invítate.

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